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Simbolismo en el arte popular

Cuando hacen fiesta los huicholes. Tabla huichola de estambre sobre madera. Artesano Jesús López Cosío. Jalisco. Col. Part. (Foto: Estudio Kristina Velfu, EKV).

Eduardo Uribe Ahumada

Para abordar el simbolismo en el arte popular hay que referirse primero al artista popular emanado tanto del medio étnico, rural, pueblerino, como urbano, y a su obra; asimismo, a cómo desde las culturas precolombinas hasta nuestros días, las expresiones originadas en las costumbres del pueblo son características de una estética, particular, colectiva o regional, que forma parte de la cultura popular mexicana. Sus manufacturas, principalmente a mano, ceñidas a técnicas y métodos originados en la tradición popular y familiar, se han transmitido de generación en generación por los artesanos, los representantes culturales de comunidades que han conservado la maestría, la destreza y el ingenio para producir objetos bellos.

El arte popular mexicano tiene sus raíces en las diversas culturas prehispánicas, como lo demuestran las manifestaciones artísticas puras, que por su natural aislamiento han sobrevivido hasta el presente: elaborados trabajos en oro y plata, textiles manufacturados en telar de cintura, infinidad de objetos de cerámica, pinturas, esculturas e inscripciones talladas en piedra, plagadas de simbolismos míticos, históricos y religiosos con indiscutibles cualidades estéticas.

Con la Conquista se produjo un lento pero progresivo proceso de integración que determinó la conformación de la naciente sociedad mexicana que en ese entonces constaba de una mayoría de indios, además de mestizos, criollos, negros y numerosas castas. En consecuencia, las costumbres y tradiciones se fusionaron. Con la evangelización y la creación de escuelas de artes y oficios como la de San José de los Naturales, fundada por fray Pedro de Gante, el lenguaje simbólico de los antiguos mexicanos se fue transformando, como lo atestigua fray Toribio de Benavente, Motolinia, en su Historia de los indios de la Nueva España, relato de los primeros años que siguieron a la Conquista, en que describe la gran habilidad de los indígenas para aprender oficios, así como la incomprensión hacia el lenguaje simbólico de los conquistados, expresado en representaciones tanto pictóricas como escultóricas, más simbólicas que realistas, muy alejadas de la academia y de los cánones europeos imperantes en la época.

Años más tarde, la creciente producción artesanal indígena obligó a los españoles a formar gremios y a regularlos mediante Ordenanzas, con el supuesto propósito de “proteger” a los artesanos (en realidad buscaba proteger los intereses de los españoles), así como la buena manufactura de los productos. En consecuencia, se excluía a los indígenas de las labores artesanales. La rigidez casi académica en la expresión artesanal vigilada por los maestros, limitaba la creatividad de los artesanos, que tenían que someterse a las formas y diseños europeos. Sin embargo, numerosas culturas indígenas establecidas en apartadas comunidades del gran territorio novohispano permanecieron intactas a lo largo de la Colonia, conservando usos, costumbres y fisonomía, así como con simbolismos y expresiones ancestrales que perdurarían hasta nuestros días.

Como consecuencia del intercambio comercial con China a través de la nao que desde Manila transportaba artículos orientales hasta el puerto de Acapulco, para luego ser trasladados de Veracruz a España, se evidenció la influencia de las formas y ornamentos chinos en las artes populares de México, como se ejemplifica en las decoraciones de la cerámica de talavera poblana.

Otro legado cultural es el que aportaron los esclavos africanos traídos por los colonizadores, que se fusionó también en el sincretismo que conforma nuestra esencia nacional.

Siglos después, ya promulgada la Independencia, se consideró prioritaria la educación como medio para integrarse al modernismo que reclamaba la época; por tanto, la cultura y el arte se consideraron fundamentos indispensables para consolidar la identidad nacional. Sin embargo, la actividad artesanal fue reducida y desplazada por el desarrollo industrial internacional. Los usos, prácticas y costumbres, tradiciones y creencias del pueblo continuaron su rumbo, si acaso enriquecidos a resultas de la Intervención francesa. En consecuencia, se desvalorizó el arte popular, el lenguaje simbólico, la literatura oral, la música y las danzas vernáculas, porque se consideraron manifestaciones primitivas, apartadas del modernismo.

Más adelante, la Revolución de 1910 repercutió a posteriori en el rescate de la cultura popular y de las formas indígenas; la pasión nacionalista creció tanto que, hacia la década de 1930, inundó a México de ollas, rebozos, sarapes, huaraches y danzantes emplumados.

Los artistas de la plástica estuvieron entre los máximos defensores del gusto por lo popular, cuya influencia se expresó en la corriente conocida como Escuela Mexicana de Pintura.

Por otra parte, la desmedida valoración del arte popular y la comercialización masiva de artesanías no diferenciaban entre objetos que por sus características merecían considerarse como verdadero arte popular de los que carecían de atributos estéticos.

El artista popular que tiene espíritu creativo y lenguaje individual surge tanto en el campo como en la ciudad, y pertenece a cualquier estrato social, pues la manifestación de su talento no depende de su nivel económico ni de su escolaridad; éstos pueden surgir del pueblo en forma aislada, de algún gremio o de las clases medias, reflejando siempre la particularidad de su entorno, sus conocimientos y una estética muy particular, no sujeta a las corrientes de vanguardia. Por lo general carece de instrucción artística formal y de contexto histórico, aunque lo manifieste en su trabajo.

Las expresiones artísticas populares forman parte de la identidad de México y de la cultura nacional; son esencialmente figurativas, no conceptuales, pero poseen valores que inducen a la experiencia estética. En los objetos artesanales encontramos formas, decoraciones y símbolos diversos como resultado de la evolución cultural de los últimos cinco siglos, en un sincretismo policultural.

En el arte popular se constata el contacto cotidiano y el cariño de los artífices por la naturaleza, que se expresa en la frecuente representación de árboles, hojas, ramas, flores y frutos, todo tipo de aves, caballos, venados, conejos, peces, borregos, serpientes, mariposas, animales fantásticos y sirenas, entre otros, en los objetos de cerámica, textiles, lacas o maques, cera, metalistería, papel y cartonería, principalmente.

Asimismo, elementos religiosos que se remontan a la época de la evangelización, como cristos y vírgenes –sobre todo la de Guadalupe–, ángeles, arcángeles, querubines, santos, cruces y escenas bíblicas, son comunes en alfarería, cantería y lapidaria, cerería, talla en concha y metalistería, entre otros. Las fiestas populares solían relacionarse con la enseñanza de la religión, y en ellas, en un sincretismo sin paralelo entre México, África y Asia, la utilización de máscaras como objetos rituales que identifican al portador con sus deidades, como los viejitos que representan a Huehuetéotl, o los tigres, símbolo prehispánico del dios Tezcatlipoca, o bien con personajes como Moros y cristianos, Santiagueros, Carlomagnos, Parachicos, Chinelos, Los Doce Pares de Francia y Negros, entre otros, que también se utilizan en danzas tradicionales, pastorales y de festividades locales; esqueletos, como símbolo recurrente de la muerte; diablos, símbolo del mal y de los vicios, como el festivo de Ocumicho, Michoacán, y el austero de Ocotlán de Morelos, en Oaxaca, y un sinnúmero de animales.

En el textil indígena coinciden técnica, tradición, simbolismo, cosmovisión y arte en prendas de uso cotidiano y ceremonial como enredos, ceñidores, huipiles –quexquemetl–, tapados y morrales; grecas que nos recuerdan las decoraciones esculpidas en los edificios prehispánicos, orlas, filetes, ribetes, franjas, líneas, bandas, cenefas, orillos, flecos y festones; asimismo, aureolas, coronas y nimbos combinados con flores y animales, tejidos y bordados de maravillosa manufactura, colorido singular pero armonioso con simbolismos a menudo incomprensibles para los ojos profanos, como es el caso del huipil ceremonial de Magdalena, en Chiapas, o el manto ceremonial del brujo de la comunidad de San Pablito Pahuatlán, en Puebla.

El nacionalismo como tema recurrente se representa en escudos nacionales ejecutados en todo tipo de materiales y técnicas, por ejemplo en las decoraciones de la cerámica esmaltada, bordados y metalistería.

Hoy en día el arte popular no es prolongación del que creaban las civilizaciones prehispánicas; tampoco es un arte europeo o asiático; es una fusión de la cultura española con la indígena, la mestiza, la china y algo de africana. Con el transcurso de los siglos, los simbolismos prehispánicos, como tales, se perdieron; las estructuras y diseños europeos se aglutinaron al tronco indígena; las formas, símbolos y oficios se transmitieron de artesano a artesano, creando en cada generación objetos originales, de diseño personalizado pero, en general, de manufactura anónima. Algunos símbolos del México antiguo permanecen y son repetidos tradicionalmente –tal vez en un subconsciente histórico– como formas o decoraciones, aunque no en su significado o trascendencia.

El arte popular mexicano, como manifestación del espíritu de personas con voluntad y sensibilidad artística inmersa en las costumbres y tradiciones del pueblo, deberá continuar su camino, perpetuando, transformando, creando…