Lapidaria y cantería
Molcajete de piedra labrada. Artesano Rafael Hernández Laguna. Guanajuato. Col. Part. (Foto: Estudio Kristina Velfu, EKV).
José Herrera Alcázar
Acaso la piedra sea el metal de la naturaleza más antiguo que el ser humano haya utilizado desde los inicios de la historia, como un aliado para sobrevivir en la Tierra. A la dureza de la materia pétrea se enfrentó la inteligencia del hombre para dominarla en beneficio propio.
En el territorio mexicano, los hallazgos arqueológicos permiten suponer que en la era precerámica –entre 15000 y 20000 a.C.– ya los seres humanos usaban instrumentos de piedra para llevar a cabo la caza mayor o para descuartizar las presas obtenidas. Entre los hallazgos se encontraron puntas de proyectil, cuchillos, raspadores y otros objetos, empleados por grupos de cazadores del Pleistoceno en las praderas del norte de México. Sin embargo, es hacia 3400 y 2300 a.C. cuando aparecen en el valle de Tehuacán los primeros vestigios de una cultura de la cocina.
Luego, el arte de labrar la piedra se convirtió en una de las manifestaciones más importantes de las civilizaciones desarrolladas y establecidas en Mesoamérica. Sirvió para dar resistencia, a la par que belleza, a las antiguas construcciones prehispánicas: sus centros ceremoniales, sus altares tallados, así como a la escultura colosal y de pequeñas proporciones. Desde entonces ha sido, por añadidura, material con que se elaboran dos enseres domésticos esenciales e históricos en la cocina mexicana: el metate y el molcajete.
No existe discusión sobre las extraordinarias habilidades para el labrado de la piedra y la talla de piedras semipreciosas que desarrollaron los habitantes de Mesoamérica; son ejemplos las monumentales cabezas olmecas, así como las manifestaciones de la escultura y la lapidaria mexica.
Durante la época colonial, con la aparición de las herramientas de hierro y acero se redujo tanto el esfuerzo humano como los tiempos de producción; se diversificaron los acabados y, naturalmente, los temas, ahora relacionados con las aplicaciones en la arquitectura y la escultura sacra. Aparece la cantería para la construcción: pórticos, fuentes, pilas bautismales, balaustres, gárgolas y columnas con evocadores estilos clásicos y renacentistas (cariátides, de estípite, salomónicas y arabescas). Se desarrolla, a pesar de que las Ordenanzas excluían a los artesanos indígenas, un gran dominio en el labrado de piedra hasta llegar al churrigueresco, recargada filigrana, mejor y más equilibrada en el plateresco que evoca la joyería novohispana.
Quizás una de las mejores manifestaciones de la fusión temática y técnica en la escultura de piedra en la Nueva España sea el arte tequitqui, sobre todo en las cruces atriales para los conventos de los siglos XVI y XVII. Destaca que estas obras, decoradas profusamente con elementos naturales, dictan mucho de los crucifijos europeos de la época, tanto como distan las escenas bíblicas del barroco europeo de los simbolismos astrales y de los ciclos agrícolas presentes en el barroco mexicano. Los talladores indígenas continúan desarrollando con maestría el trabajo de cantera hasta la aparición del neoclásico, en el siglo XIX.
Muchas manifestaciones escultóricas del México antiguo y colonial siguen vigentes hasta nuestros días, pues algunas herramientas y técnicas, materiales, diseños y motivos de creación, permanecen intactos; otros han sido modificados por la natural evolución de las formas culturales. Pero esta combinación de la raíz indígena con las aportaciones europeas es lo que mantiene vivo el trabajo de la talla actual.
Los canteros mexicanos aún se auxilian del fuego y de la barreta para el corte y separación de los bloques de roca, así como del mazo y el cincel para el labrado. Son herederos de formas y símbolos antiguos, figuras mágicas y religiosas que se detienen en el tiempo para ser observadas y que evocan nuestras culturas pasadas.
La cantera en México presenta algunas variantes: la más conocida y popular es la de color rosa, aunque la hay verde en el estado de Oaxaca, y también parda. Todavía se tallan complementos y aplicaciones para la arquitectura: columnas, fuentes, pilas para agua, cruces cristianas, arcos, dinteles, etcétera, así como enseres domésticos y decorativos.
Prácticamente en todo el país se labra la cantera; sin embargo, sobresale el trabajo de los artesanos de Chamacuero de Comonfort, San Miguel de Allende y Guanajuato, en el estado del mismo nombre, así como el de los artesanos de Angahuan y Tzintzuntzan, en Michoacán, quienes tienen un peculiar estilo, con temática inspirada en motivos lacustres. En San Luis Potosí, Aguascalientes, Zacatecas, San Juanico (Chihuahua), Chimalhuacán (Estado de México) y San Miguel el Alto (Los Altos de Jalisco), los artesanos trabajan diversas canteras como fieles herederos del artista colonial que enriqueció las fachadas de los santuarios cristianos. En Cuernavaca y Jojutla, Morelos, se empezó a trabajar, hace pocos años, una fina escultura en cantera con motivos zoomorfos. Por su parte, en Yucatán y Campeche actualmente se reproducen las estelas mayas en piedra calcárea.
Otros centros canteros de primer orden son las comunidades de Pedro Escobedo y Escolásticas, en Querétaro, así como Tlalpujahua en Michoacán, que proveen de múltiples artículos de piedra volcánica, y particularmente de cantera rosa, al centro del país: fuentes, cruces, esculturas religiosas, bases para escritorio, etcétera. Asimismo, las poblaciones de San Salvador el Seco (Puebla), Huejutla (Hidalgo) y Comonfort (Guanajuato) tienen en la talla de piedra volcánica una de sus mayores tradiciones, ya que de esos lugares provienen los más bellos molcajetes y metates que desde tiempos prehispánicos han servido cabalmente para la molienda en casa; en ocasiones se les labran figuras zoomorfas y, en bajorrelieve, grecas, flores y otros glifos, a veces policromados, que evocan piezas prehispánicas talladas y pintadas que se han encontrado en excavaciones arqueológicas por toda Mesoamérica.
Acaso la piedra sea el material de la naturaleza más antiguo que el ser humano haya utilizado desde los inicios de la historia como un aliado para sobrevivir en la Tierra.
El ónix, empleado en la época colonial para la elaboración de camafeos, es un alabastro veteado con muchas tonalidades de verde; hay importantes yacimientos en Tehuacán y Tecali, en Puebla, donde se elaboran vistosas piezas decorativas o utilitarias: candelabros, frutos pigmentados, juegos de ajedrez, pisapapeles polveras, ceniceros, vasijas, fruteros, azucareras, portalibros y otras esculturas, en particular zoomorfas. Es importante destacar que el ónix de la zona se está agotando, motivo por el cual se traslada hasta esos lugares el llamado mármol de Zacatecas y el de Querétaro.
También con ónix y con mármol de diversos tonos –blancos, grises o con vetas amarillentas– se trabaja en el barrio de San Miguel del pueblo de San Pablo del Monte, en Tlaxcala, una variedad de formas similar. Por último, consignaremos la producción de una fina artesanía de mármol blanco en Gómez Palacio, Durango: floreros, esferas, pisapapeles, lápidas de formas clásicas, artículos de escritorio y otros elementos decorativos.
La lapidaria o talla de piedras preciosas y semipreciosas tiene también una tradición en México, evidente en las numerosas piezas prehispánicas hechas con jade, obsidiana y cristal de roca.
En la actualidad la lapidaria se concentra en los estados de México, Guerrero, Jalisco, Querétaro, San Luis Potosí y Zacatecas. Es digno de mención el trabajo en obsidiana de Mazapa y San Juan Teotihuacan, en el Estado de México, cuyas reproducciones prehispánicas son de primer orden; el cuarzo y las geodas que se tallan en Guadalupe y Fresnillo, en Zacatecas, así como las figuras zoomorfas de calcedonia (especie de cuarzo cristalino) que se elaboran en San Luis Potosí.
Por otra parte, los lugares más destacados en la talla de piedras semipreciosas son las comunidades nahuas de Ameyaltepec, Xalitla y Tolimán, en Guerrero, donde reproducen figuras y máscaras prehispánicas de jade –o más exactamente jadeíta–, cuarzo, venturina y serpentina; además, tallan obsidianas, cristales de roca, acerinas, ópalos y ojos de tigre que surten a los joyeros de gran parte del país.