La influencia asiática
Tecomate de barro bruñido y decorado. Artesano Luis Ortiz. Tonalá, Jal. Col. Miguel Abruch. (Foto: GLR Estudio).
Rodrigo Rivero Lake
En 1528, cuando desde barra de navidad el gran conquistador don Hernán Cortés envió el primer barco que cruzaría la distancia navegable más larga para conquistar las Islas Filipinas, se dio el paso inicial para la creación de un México imperial, en todo el sentido de la palabra. Con el descubrimiento de las corrientes que permitían el regreso de las naves desde aquellos lejanos parajes, todas las islas del camino, como las Filipinas (bautizadas así en honor del joven príncipe que llegaría a ser el rey Felipe I), fueron anexadas al Virreinato mexicano en forma de capitanía para conformar su vasto territorio.
Con ello se efectuó un silencioso pero constante intercambio entre Asia y México. Manila era un punto neurálgico de comercio, no sólo de las tan anheladas especias sino de todo género de mercaderías, costumbres, lenguas, personas y arte. Allí confluían comerciantes de diversos orígenes como los llamados sangleis (chinos conversos), que llevaban y traían de la China continental tanto materias primas como toda clase de objetos y manufacturas; los malayos, que comerciaban con las especias de sus innumerables islas; los hindúes, con algodones y metales en múltiples formas y objetos; los japoneses, con todo tipo de laqueados, y los coreanos, que lo hacían con objetos con incrustaciones de nácar y carey; en fin, en torno de las Filipinas se llevaba a cabo un amplio intercambio con los ricos comerciantes novohispanos. A la llegada de los galeones mexicanos, los comerciantes se apresuraban a surtir los grandes cargamentos. Por disposición real los galeones no debían sobrepasar las setecientas toneladas, orden que se cumplía cuando llegaban a la llamada Feria de Acapulco, lugar adonde confluían comerciantes de todos los virreinatos americanos para comerciar aquellas variadas mercaderías; aunque en realidad este ordenamiento se infringía, pues ninguna nave pesó menos de mil cien toneladas, ya que llevaban un inmenso contrabando de bienes y gente que era desembarcado desde la Alta California, primer lugar de contacto de las naos en nuestro continente, hasta el puerto de Acapulco. Por esta razón un numeroso contingente proveniente de Asia se avecindó en nuestras tierras trayendo consigo costumbres y oficios, los cuales se arraigaron en nuestra producción artística desde los últimos años del siglo XVI.
La ciudad de Pátzcuaro albergaba la aduana adonde se pagaban los impuestos correspondientes a esas setecientas toneladas que eran detalladas en el momento de su importación material en Acapulco. Y es precisamente a partir de ese momento cuando en Pátzcuaro se desarrolla la técnica de las lacas (urushi, en japonés).
No se puede negar la influencia china y japonesa en las lacas, incluidas las del actual estado de Guerrero, donde también técnica y diseño delatan la presencia oriental en el maque (makie, en japonés).
Asimismo, como parte de las artesanías no podemos dejar de lado la cocina, pues en la vieja Valladolid, hoy estado de Michoacán, cerca de la costa del Pacífico, nacieron las insuperables carnitas de cochino, animal de origen asiático que llegó como pasajero en alguno de los galeones de Manila. El enorme cargamento que se vendía en la Feria de Acapulco se reexpedía a diversos virreinatos y capitanías generales de toda América, pero también debía satisfacer las necesidades de todo el rico y vasto virreinato de la Nueva España, así como a las cortes europeas, a las que se enviaba desde la costa veracruzana
Como resultado de la influencia oriental, la ciudad de Puebla de los Ángeles desarrolló una industria de cerámica de talavera en la que se combinaron y los diseños tradicionales de la Talavera de la Reina peninsular, algunos rasgos autóctonos los diseños asiáticos que empezaban a estar en boga en todo el mundo. Esta talavera suele presentar diseños en azul y blanco, tanto chinescos como mogoles y japoneses, así como figuras de animales como el venado (que para el budismo evoca a Sarnath, foresta donde el gran Buda encontró la iluminación); aún hoy alegres chinos y japoneses siguen bailando en los diseños de la talavera poblana.
A la Ciudad de México llegaron objetos excéntricos como la reja que rodea a la Catedral Metropolitana que, de acuerdo con el diseño del gran pintor colonial Juan Rodríguez Juárez, se manufacturó posiblemente en la China continental con esa maravillosa aleación denominada tumbaga, pero el sanlei Juan-Jo la exportó desde la colonia portuguesa de Macao.
En la Nueva España la tradición se mezcló con las nuevas modas, y tanto los rebozos traídos de la India como el algodón llamado cambaya (llamada así por la ciudad de Cambay, su puerto de embarque, en el estado de Gujarat del norte de India) llegaban en enormes cantidades. Por cierto, de allí provino una niña esclava llamada Esmirna que, arraigada en una familia noble de Puebla, vivió en estado de santidad y más tarde, convertida al catolicismo, llevó el nombre de Catarina de San Juan, cuyo vestido, bordado con lentejuelas y de llamativos colores, fue copiado por todos los estratos sociales y denominado, por su origen, traje de china poblana.
En resumen, la exorbitante riqueza que llegó a la Nueva España influyó enormemente en nuestras artesanías, desde las lacas y la talavera hasta las maravillosas tallas de santos, niños Jesús y Cristos en marfiles africanos provenientes de la China continental, India y Ceylán, que dieron lugar a los escasos talleres de tallas de este material en México. En la actualidad se elaboran juegos de dominó y ajedreces de hueso, así como infinidad de manufacturas que ya se han mezclado y fundido en nuestro arte creativo.