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Artesanos Extraordinarios

Perro mordiéndose. Madera de copal tallada y policromada. Artesano Jacobo y María Ángeles. Col. del autor. (Foto: Carlos Contreras de Oteyza).

Cándida Fernández de Calderón

Cuando contemplamos una pieza de arte popular que nos sorprende por su belleza, calidad y fuerza; y además cuando ese objeto revela una tradición y un modo de hacerse, presenciamos la creación y el trabajo de un gran maestro.

Las piezas artesanales, de épocas y lugares diversos, son la representación más auténtica de los valores culturales de los mexicanos, de su ser complejo y plural. Por ello, la vida cotidiana de estos finos artífices se desenvuelve en medio de concreciones de talento, técnica y entrega que se materializan en ricas, vastas y variadas revelaciones artísticas como petates, cazuelas, máscaras, deshilados, joyas y hierro forjado, entre muchas otras.

Su creatividad es innegable, y sobresale porque se erigen en impulsores y modeladores del arte tradicional de sus comunidades, al conservar y transmitir las técnicas ancestrales que, por un lado, heredan y, por otro, enriquecen. Un gran maestro destaca de entre un grupo de artesanos y se convierte en ejemplo, con base en la fuerza y la belleza de sus piezas, en su excelente manufactura y en el cuidado del diseño, en su trayectoria en la producción artesanal y en el reconocimiento de la comunidad.

Es imperativo reconocer la labor de los grandes maestros del arte popular para reforzar e incrementar los núcleos vivos de producción artesanal. Es imperativo que en el marco de nuestro gran patrimonio cultural se rinda homenaje a los dueños de esas manos que “dan vida” a piezas únicas.

Los grandes maestros dominan su arte, cuya originalidad imprime particular valor a sus piezas. La solidez de su tradición, lejos de restarle carácter aviva una factura que nunca trastoca ni abandona su sentido estético. Se dice que el arte popular cambia para permanecer, y ellos son dueños de un arte en movimiento, de una maestría que fluye y se transmite de una a otra generación.

Día con día, un gran maestro perfecciona su técnica; para conseguirlo, manipula y utiliza los materiales con imaginación y destreza; se aboca, ante todo, a conquistar la unidad plástica. Asimismo, con el conocimiento y desarrollo de sus habilidades, logra transmitir lo mágico, lo incomprensible, lo sobrehumano.

Es importante destacar que el arte popular no sólo debe abordarse desde el punto de vista artístico, ya que tiene un trasfondo económico y social que lo determina. Por ello, hay que llegar a un equilibrio entre quienes defienden la tradición y quienes se pronuncian a favor de la modernidad, para ofrecer soluciones que respeten la creatividad del artesano y le aseguren una mejor calidad de vida.

A mediados del siglo XX se empieza a reconocer, aunque de manera tímida, a los grandes maestros artesanos que durante siglos habían permanecido ignorados, aunque siempre activos en las comunidades rurales y urbanas del país.

En la actualidad, apenas una pequeña parte de la sociedad reconoce la sabiduría y experiencia de estos artífices en los procesos de creación artística popular.

Detengámonos, pues, en esos nombres imprescindibles que están estrechamente ligados a la producción artesanal de obras maestras. Rindamos homenaje a Pedro Linares, cartonero del barrio de La Merced, en la Ciudad de México, que bautizó a sus criaturas con el mote de alebrijes porque “así sonaba el grito que los extraños seres lanzaban a coro, como lobos mirando a la luna”; creador, en fin, de coloridas y monstruosas fantasías en papel maché; al jalisciense Pantaleón Panduro, iniciador de una dinastía de artistas alfareros de Tlaquepaque, que en sus estatuillas recreaba los tipos populares de fines del siglo XIX y principios del XX –titiriteros, aguadores, tortilleras, borrachitos y policías, entre otros–; a Amado Galván, uno de los alfareros más importantes del siglo XX, que retomó las figuras clásicas de las épocas prehispánica y virreinal, decorándolas y bruñéndolas con profusión de figuras de flora y fauna; a Teodora Blanco, oaxaqueña que supo dar vida a piezas modeladas en barro e hizo contemporáneas las antiguas técnicas prehispánicas del pastillaje y la incisión; a Etelberto Ramírez, de Santa Clara del Cobre, cuyo trabajo en este metal se abrió a la modernidad sin menoscabo de la tradición; a Modesta Fernández, mujer que dominó el arte de transformar el barro, haciendo de sus árboles de la vida una muestra representativa del arte popular nacional en el extranjero; a Antonio Castillo Terán, platero reconocido y revitalizador, discípulo de William Spratling; a María de Jesús Nolasco Elías, protagonista de la exuberancia y la gracia hechas barro.

Entre los artesanos de hoy, los más próximos a nosotros, se cuentan Rosa Hernández Díaz y María Meza Girón, tejedoras chiapanecas que formaron la cooperativa de Sna Jolobil, en la que más de setecientas mujeres comparten sus conocimientos y enaltecen esta bella tradición; Roberto Ruiz, escultor que desde Ciudad Nezahualcóyotl nos obsequia con un universo de miniaturas talladas en hueso; Gorky González Quiñones, hombre que aprendió diversos métodos alfareros y se dedicó a rescatar y recuperar la técnica de la mayólica tradicional; Francisco Coronel Navarro y Dámaso Ayala Jiménez, el primero experto en la técnica de laca con hoja de oro y de plata, e insuperable el segundo en la técnica atávica de la laca rayada, conquistadores ambos de nuevas fronteras; Florentina López de Jesús, guerrerense incansable, creadora de verdaderas sinfonías de algodón en un sencillo telar de origen prehispánico; Martina García Cruz, escucha atenta del rito silencioso del telar de cintura, continuadora del ritual prehispánico; Juan Jorge Wilmot Mason, Salvador Vázquez Carmona y Ángel Santos Juárez, habitantes de Tonalá, famoso pueblo de artesanos en Jalisco, trabajadores magistrales del barro bruñido; Zenón Martínez García, genio modelador de la figura humana con barro, creador de tipos populares y originales figuras de nacimiento; Óscar Soteno Elías y Tiburcio Soteno Fernández, continuadores de la tradición artística de doña Modesta Fernández, como miembros de una familia que ha hecho de Metepec uno de los centros alfareros más relevantes y famosos del país; Efrén Nava Vega, extraordinario tejedor de quien se dice que “ha sabido combinar la maravillosa tradición del gabán mexicano con la ligereza y finura de los tejidos de otras tierras”; Hilario Alejos Madrigal, célebre por sus piñas en barro vidriado verde; Carlomagno Pedro Martínez, un grande de San Bartolo Coyotepec, Oaxaca, cuyas manos expresan ideas y anhelos en barro negro bruñido; Manuel Jiménez Ramírez, quien se ganó el sobrenombre de El Divino por su forma de tallar la madera; Arnulfo Mendoza Ruiz, uno de los artesanos oaxaqueños más renombrados, conocedor de todas las técnicas del tejido tradicional y del teñido; Alfonso Castillo Orta, quien ha sabido enriquecer la tradición de los árboles de la vida valiéndose de un colorido que los diferencia de los ya mencionados de Metepec; Guillermo Ríos Alcalá, alfarero, considerado hoy el mayor especialista en reproducciones de piezas precolombinas de la cultura de Occidente de la república; Antonio López Hernández, mago de rostros de madera que “hablan”, célebre por las máscaras que fabrica para las fiestas y danzas mestizas de Parachicos; Guadalupe Hermosillo Escobar, artífice que se distingue por la fuerza que imprime a sus piezas de hierro forjado; Juan Quezada Celado, alfarero, revitalizador del barro de Paquimé; Odilón Marmolejo Sánchez, platero a quien obsesiona alcanzar la perfección; Teodoro Torres Orea, artesano de la Ciudad de México que pinta y recrea la realidad con plomo: soldados, charros, indígenas, caballos, vestimentas; Felipe Linares Mendoza y Leonardo Linares Vargas, herederos del arte y la imaginación de don Pedro Linares; Pedro Ortega Lozano, virtuoso del papel picado, de colorido sin par; Aurelio Agustín Arredondo Rangel, quien extrae de la cera pasajes bíblicos; Nicasio Pajarito González, hombre que ha logrado que perdure el barro canelo; José Bernabé Campechano, cuya precisión y de – talle en el dibujo asegura la supervivencia de la cerámica de petatillo; Jesús Carranza Cortés, artífice de pintorescas, tradicionales y diminutas figuras en barro; José Ojeda Larios, creador de magníficas piezas artesanales mediante cuchillos, pistolas, navajas o dagas; Adrián Luis González, hacedor de una variante de árboles de la vida al natural o en colores terrosos y mate; Apolinar Hernández Balcázar, hombre que con fibras vegetales teje canastas maravillosas; Evaristo Borboa Salinas, genio que le devolvió el aliento al telar de cintura en Tenancingo; Benito Rayón Jiménez y Juan Rayón Salinas, tejedores de lana: gabanes, cojines, morrales y tapetes de excelente cepa; Neftalí Ayungua Suárez, genio capaz de equilibrar enormes torres de barro; Emilio Molinero Hurtado, copista de diseños del sentir prehispánico en sus piezas de barro; Martín Andrade Rodríguez y Mario Agustín Gaspar Rodríguez, michoacanos que trabajan la laca y que se abocan a “hacer arte, no harto”; Victoriano Salgado Morales, dedicado a un oficio ancestral en Uruapan: la confección de máscaras de madera para las festividades y danzas tradicionales de la región; Cecilia Bautista Caballero y Julia Ramírez Ríos, tía y sobrina respectivamente, tejedoras de hermosos rebozos de algodón que son famosos en todo el país; Jesús Pérez Ornelas, maestro del cobre cincelado y esgrafiado con indiscutible aliento prehispánico; Ignacio Punzo Ángel, hombre que “golpea” el cobre a tono con el pulso del mundo internacional del diseño; Modesta Lavana Pérez, pilar del telar de cintura y del teñido con tintes naturales; Josefina, Guillermina e Irene Aguilar Alcántara, con veintisiete años de labor transformando el barro con gracia y humor, en Ocotlán de Morelos, Oaxaca; Irma García Blanco, heredera de la sensibilidad de doña Teodora Blanco en el arte de hacer magníficas muñecas en barro; Antonio García José, para quien es “una alegría plasmar la imaginación en el barro”; Agustín Cruz Tinoco, tallador “colorido” e ingenioso; César Torres Ramírez, especialista en la cerámica de talavera, arte criollo por excelencia; Manuela Cecilia Lino, quien se vale del añil y la cochinilla, tintes naturales, para confeccionar tejidos y bordados prodigiosos; Guadalupe Rodríguez Mejía, extraordinario taraceador, amante de su oficio; Isabel Rivera Díaz, representante de un grupo de grandes tejedoras en Santa María del Río, población mágica de maestros reboceros; Leandro Espinosa Gutiérrez, poseedor de los secretos del tallador de madera; Bajelia Bautista Martínez, perfección del bordado en punto de cruz; Belén Segura Aguilar, maestra excepcional del xokbil-chuy (“hilo contado”, “punto de cruz”, en maya), labor que practica para conservar el equilibrio y la calidad del bordado, y Leonardo Ramos Acosta, símbolo per se de la filigrana yucateca.