SITIO EN ACTUALIZACIÓN CONSTANTE

Albores del siglo XXI redefinición de las artesanías y el arte popular

Canto antiguo de madera y pidera tallada con hoja de oro. Artesano Ricaro Molina Sarmiento y Arno Avilés. 2017. (Foto: Carlos Contreras de Oteyza).

Jesús Guerrero Santos

Nosotros, que día con día producimos artesanía, que estamos en contacto con la tierra y el agua, que tocamos el barro y olemos los esmaltes, que sentimos el abrasante calor del horno, formamos parte de lo que quizá sea una realidad en extinción y en vías de convertirse en leyenda.

Nosotros, que llevamos la vida entera en esto, que formamos parte de generaciones completas inmersas en este mismo quehacer, comprendemos la artesanía como el objeto que surge para servir al ser humano: platos, jarras, aguamaniles y demás utensilios se crearon para satisfacer las necesidades físicas y espirituales de los seres humanos.

En este sentido, México fue durante siglos terreno muy propicio. Su historia, marcada por procesos de dominación, colonización y evangelización, fue tierra fértil para la creación de una identidad, y con ésta nacieron una serie de costumbres y tradiciones que llamamos cultura mexicana.

Sin embargo, en el mundo actual los artesanos vemos acercarse la línea del horizonte; nos sabemos parte de generaciones enteras que se vistieron y cubrieron con textiles, que rezaron ante santitos hechos de estofado y hoja de maíz, que comieron en utensilios de barro y peltre, y que saborearon las delicias de la fruta de temporada.

Ahora todo está trastocado. Se cosechan mangos y sandías prácticamente todo el año; se fabrican camisas y pantalones de materiales sintéticos, en general de firmas transnacionales; las vajillas son producidas de manera industrial, y quienes les rezan a los santos son como los que antes no lo hacían: raros.

Además, hoy las maderas escasean, los textiles naturales son más costosos y la tecnología demanda objetos con propiedades aislantes, es decir, platos de vidrio o plástico que puedan ser introducidos en un horno de microondas.

Todo ello da lugar a que se produzcan nuevos artículos en sustitución de los tradicionales: se olvidan los manteles de algodón para usar unos de acrílico; lo mismo da una olla de vidrio o una sartén recubierta con teflón que la cazuela de barro para los frijoles o la de cobre para el arroz. Sobre todo, claro está, se trata de procesos productivos optimizados, automatizados, enfocados al ahorro de ciertos recursos naturales y a la generación de ganancias monetarias.

De acuerdo con lo vivido, al contemplar la arquitectura actual, la decoración, los espacios, se ve lo que ha pasado en sesenta y cinco años: la artesanía ha perdido toda importancia en el plano social. En otras palabras: perdió su valor de uso. La industria mecanizada no sólo la absorbió sino que devoró a su hacedor, al artesano que con su trabajo creaba utensilios para vivir.

En estas circunstancias, hoy en día, para lograr “éxito”, el oficio requiere de conocimientos administrativos e incluso financieros. Por ello, quienes trabajamos a mano el barro o la madera no podemos competir con las desarrolladas sociedades empresariales.

En estos albores del siglo XXI es ineludible que el artesano, el hacedor de cazuelas o el de cántaros, sea una especie en extinción. Los productores de vidrio soplado y los textileros dejaron atrás la bonanza que algún día tuvieron. Tal vez los cantereros sean la excepción, pues han sabido adecuarse a las formas y circunstancias actuales; pero todo aquel que no tenga acceso a las nuevas tecnologías o a los medios de comunicación, ve cómo su camino se estrecha a toda velocidad.

El concepto de taller como el de una familia o grupo humano con un modo de trabajo colectivo, en que unos cultivaban la madera y otros la laqueaban, está quedando en el olvido. Hoy todo eso se desmorona porque cuando el artesano ve que lo suyo no se vende más, emigra a los Estados Unidos, o deja sus herramientas para irse a la universidad con la esperanza de lograr un futuro más prometedor, o incluso se contrata como obrero en busca de mejores ingresos.

Sin duda, un factor que ha repercutido de manera determinante en el actual estado de las cosas es la globalización, pues, por ejemplo, en China ya descubrieron un método industrial para que el vidrio haga burbuja, igual que el vidrio soplado mexicano que se trabaja artesanalmente; además, todo el mundo sabe que el dragón oriental cuenta con procesos de fabricación para manufacturar piezas con características y diseño similares a los mexicanos, a precios hasta diez veces más bajos.

Otro efecto negativo de la incorporación a un mundo global son las transformaciones agropecuarias, porque la mayoría de los artesanos suelen ser gente de campo que hoy, al no poder lograr su sustento, se traslada a las urbes. Hacer artesanía era la manifestación de un modo de vida que daba lugar a piezas únicas, pero ya no es redituable y dejó de ser un modus vivendi. Ahora las manos artesanales producen de otra manera: envían listas de precios por fax, viajan para llevar muestras o mandan fotografías por internet. El resultado: el barro bruñido se hace cada día menos, mientras las cosas feas se fabrican en serie.

Las estadísticas demuestran tanto el acelerado ritmo con que los talleres tonaltecas y tlaquepaquenses cierran sus puertas como las novedades que se aportan día con día al arte popular, pero es evidente que no se trata de una relación equilibrada. Los propios comerciantes informan que el cliente internacional, el turista, prefiere el curious que la pieza artesanal fina.

Por esta razón nuestro quehacer, como lo conocemos, está destinado a morir; lo digo con melancolía pero también con esperanza. Vamos hacia una transformación del arte popular que un día incluirá también el cortometraje, la narrativa y el teatro. No dudo que una buena pieza de iluminación, como un neón, sea arte, e incluso el graffiti. No olvidemos las coincidencias entre un altar de muertos y una instalación: papel picado en uno, plástico en la otra; naranjas en uno, figuras abstractas en la otra.

La industria ha irrumpido con procesos de producción ágiles y mecanizados, pero la expresión y el espíritu de las artes populares siempre “anda buscando”, ya que, como las propias necesidades humanas, siempre está en proceso de transformación.

Con seguridad surgirán nuevos objetos que resuelvan nuestras necesidades, con formas innovadoras y diseños sorprendentes, porque la creatividad del mexicano difícilmente se agota, porque quizás afrontamos momentos de reajuste que llevarán a replantear definiciones como arte, artesanía y arte popular, pero, con certeza, estamos precisamente ante la disyuntiva: transformarse o morir.

En tanto la centenaria artesanía vislumbra el inicio de un camino de reconocimiento y revaloración, una especie de serpiente que camina hacia delante con un estandarte al que podemos nombrar identidad, podemos hablar de un movimiento que custodia nuestra imagen de nación.

Y ante una globalización que también tiene aspectos positivos, la misión es salvaguardar la armonía y el respeto entre las diferencias de una y otra región, de uno y otro país, del mundo entero. Enhorabuena a los que apuestan por la conservación de nuestras artes populares, pues son un gran escudo, símbolo de concreción y consolidación de nuestra identidad como mexicanos.