SITIO EN ACTUALIZACIÓN CONSTANTE

Sala 3 “El arte popular y lo sagrado”

Walther Boelsterly

Arte del Pueblo, Manos de Dios, Tomo II. 2018

 

Es una de las salas que genera más suspicacia, tanto en el visitante extranjero como en el nacional. Lo sagrado viene determinado por la cosmogonía prehispánica, que es, a la larga, el vehículo que nos conforma como nación y como individuos. Es una sala en la cual se revisa el deambular de la espiritualidad, de ritos y mitos, de danzas y ceremonias, de instrumentos y músicas, donde la genealogía del bien y del mal se “espanta” a través de sus fiestas, se aletarga con la algarabía del pueblo en sus festividades, en los llantos acompañados de la riqueza culinaria y las formas de catarsis individual y colectiva.

Aquí hay que llamar la atención con respecto a la sección de máscaras, ya que al ser objetos tan codiciados por los coleccionistas se han adquirido constantemente desde hace años, generando la pérdida de un elemento sustantivo de la festividad al separarla de su contexto, de su indumentaria, su coreografía, esencia de los bailes y ceremonias. El costado norte de la sala está dedicado a la influencia y presencia de la religión católica y su iconografía, desde utensilios hasta altares, pasando por los muy apreciados y naíf exvotos; la importancia de la iconografía guadalupana queda de manifiesto en un solo muro en el que se multiplica su representación en técnicas que van desde la plumaria hasta las muy curiosas piezas de chicle de Talpa, Jalisco.

La muy visitada sala de la muerte es una de las preferidas por el público mexicano y la mayoría de los extranjeros. Un espacio en que las figuras de la muerte y su representación adquieren tamaños, técnicas, fines, colores, nombres, temas extremadamente variados. Desde una pequeña pieza de alfeñique, o las comunes calaveras de azúcar que se degustan en noviembre, hasta las extraordinarias manifestaciones en cartonería, e inclusive la representación de los 52 cráneos de un tzompantli, conforman una visión, una forma de vida. Hay que observar con detenimiento una representación del entierro de una monja coronada acompañada por otras “monjas catrinas coronadas”, con una hechura y una fineza en el modelado de la terracota que es de llamar la atención, tanto por la tridimensionalidad a escala, como por el concepto y la composición de la obra.