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Arte Popular

El pensador que sintetiza estas dos posiciones extremas de la estética del siglo XVIII, aunque sin duda se identifica más con la española, es el jesuita mexicano Pedro José Márquez, primer escritor que revalora el arte de los antiguos mexicanos mediante una restauración, a la manera clásica, del mundo indígena. Entonces es cuando las expresiones de los antiguos mexicanos empiezan a ser comprendidas y consideradas plena mente como objetos de arte.

En la Nueva España, los gremios fueron los herederos de la tradición europea que surgió a partir del siglo XVI, y las Ordenanzas que los rigieron, el medio jurídico para regular las diversas artes; esto se vio reflejado en una estructura gremial que fungió como la columna vertebral rectora de las artes y los oficios novohispanos.

Con el descubrimiento de las corrientes que permitían el regreso de las naves desde aquellos lejanos parajes, todas las islas del camino, como las Filipinas (bautizadas así en honor del joven príncipe que llegaría a ser el rey Felipe I), fueron anexadas al Virreinato mexicano en forma de capitanía para conformar su vasto territorio.

La conciencia del espíritu colectivo nacional se hace patente a finales del siglo XVI, cuando la clase criolla manifiesta una abierta hispanofobia. Fue entonces cuando, amparados en la clerecía, en sus escritos defienden sus derechos de clase y sustentan una viva defensa del mundo indígena. Tal es el caso del franciscano Juan de Torquemada, que en su obra Monarquía indiana emula a sus predecesores –también franciscanos– Motolinia, Sahagún y Mendieta, en la defensa de los grupos indígenas, quienes, según el fraile, habían superado su salvajismo al dar el salto cualitativo a la civilización.

Entre los aspectos que Gamio abordó con mayor interés estuvo el de la revaloración del arte prehispánico, en esa época totalmente incomprendido por la mayoría de la población, incluso por muchas personas de las consideradas “cultas”. Para conocer la impresión que causaban las distintas manifestaciones de las culturas, organizó una exposición en dos salas del Palacio de Bellas Artes; en una presentó objetos, deidades y símbolos guerreros prehispánicos, cuyas representaciones diferían de las del arte occidental, y en la otra expuso piezas con formas afines a dicho arte, que es con lo que estamos familiarizados.

Las artesanías, amén de ornar –y aun sobrecargar– las casas y los estudios de los artistas plásticos, fueron tema frecuente de sus composiciones y objeto de sus em – peños por conservar, a menudo de forma un tanto cuanto mesiánica, las tradiciones que en su opinión nos identificaban y diferenciaban en el orbe entero.

Nosotros, que llevamos la vida entera en esto, que formamos parte de generaciones completas inmersas en este mismo quehacer, comprendemos la artesanía como el objeto que surge para servir al ser humano: platos, jarras, aguamaniles y demás utensilios se crearon para satisfacer las necesidades físicas y espirituales de los seres humanos.

Hace algunos milenios, cuando el hombre se volvió sedentario, descubrió que las fibras con las que estaba familiarizado, así como la pelambre de los animales de crianza, podían ser tejidas a fin de producir un cobijo cómodo para su cuerpo y para auxiliar se en diversos menesteres, lo que hoy conocemos como textiles.

Parecerá increíble el hecho de que una prenda de ropa pueda dar testimonio de toda la historia de un país, desde sus más remotos orígenes hasta nuestros días; pero así es: el sarape ha estado presente y se ha modificado y adaptado a todas las circunstancias de nuestro devenir nacional.

El telar prehispánico, admirablemente manejado por las mujeres, facilitó la elaboración de este lienzo alargado terminado en flecos en los extremos. Su éxito se debió a la entusiasta aceptación de la prenda por las mujeres mestizas sujetas a la Ordenanza dada en 1582 por la Real Audiencia, mandando “que ninguna mestiza, mulata o negra, ande vestida como india sino como española, so pena de ser presa y que se le den cien azotes públicamente en las calles”.

En la actualidad, la palabra cerámica designa el inmenso conjunto de productos elaborados a partir de los aluminosilicatos (muchos, hoy, ya no proceden de minerales arcillosos) transformados por la acción del fuego.

La loza blanca es la más fina que se produce en México. En ésta se amalgamaron los parámetros artísticos españoles junto con el sentimiento artístico aborigen. Desde luego, la influencia hispana incluye a la arábiga, ya que esta técnica fue llevada a España por los arábes, que a su vez quizá la tomaron de Corea; y aún se practica en varios países de Europa. Esta técnica fue implantada por la necesidad de disponer de piezas que no se impregnaran con los olores y sabores del aceite de oliva y de otras comidas.