Juguetería popular
Vitrina de juguetería. Sala El Arte Popular y la Vida Cotidiana, juguetes. MAP. (Foto: Humberto Tachiquín "Tachi").
Electra López Mompradé de Gutiérrez
En todas las épocas y culturas tienen un lugar especial e importante los juguetes, esos objetos especialmente creados para el solaz de los niños. Aunque en realidad un niño es capaz de jugar con cualquier utensilio que su imaginación transforme en el vehículo de sus fantasías, no podemos soslayar que el juguete no es un objeto cualquiera. Además de ser una forma de incrementar la creatividad de su mente, se convierte también en el medio a través del cual ve reflejarse el microcosmos de su mundo, con la tecnología y la visión del grupo humano que lo produce, teniendo asimismo el propósito de acostumbrar al niño, en forma progresiva, a participar en las actividades que el contexto social en el que nació espera que ejerza en su edad adulta.
En México, siendo el arte popular una actividad que se lleva a cabo dentro del núcleo artesanal familiar, en muchas ocasiones son los mismos niños quienes se ocupan de fabricar sus propios juguetes, reproduciendo en tamaño pequeño los objetos de la artesanía tradicional local, y aprendiendo de esta manera el oficio de sus mayores.
Carlos Espejel –especialista en el estudio del arte popular– sintetiza atinadamente las características del juguete popular mexicano: colorido, ingenuidad e ingenio.
Seguramente tenían juguetes en el México prehispánico, aunque nada en los códices o las crónicas escritas nos hace suponerlo. En su mural del Palacio Nacional, Diego Rivera pintó a un niño azteca jalando con un cordel la figurita de terracota de un perro colocado sobre una plataforma con ruedas.
Sin embargo, aunque este tipo de figuras de barro, sonajas, silbatos, figuritas articuladas, representaciones de monos, armadillos, etc., se han encontrado en diversos enterramientos, parecen ser más bien objetos rituales de ofrendas funerarias, con un sentido completamente distinto al de una mera diversión o pasatiempo. El mismo juego de pelota o “tochtli”, o el “patolli” –especie de juego de la oca con semillas de colorín y una estera–, eran parte importante de ceremonias religiosas.
Durante el Virreinato se importaron juguetes europeos que poco a poco fueron adoptando características propias: las casas de muñecas se llenaron de muebles mexicanos en miniatura; las cocinitas, con ollas y comales de barro; las muñecas de cartón, con cabeza y manos de cera, llevaban pintada la ropa con vivos colores y adornos de purpurina; en lugar de los lujosos trajes europeos con que se cubría a las traídas de Europa, dando así origen a la juguetería popular, que usó desde entonces nuevas formas y materiales.
Habría que mencionar también la miniatura. Además de la que se usa para el juego infantil existe otra acepción, verdadera obra de arte y proeza artesanal en diminuto, que es objeto de coleccionismo para los mayores. La miniatura suele ser considerada como “el juguete de los adultos”.
Como sucede con todas las expresiones plásticas del arte popular, para su elaboración el artesano toma de su entorno aquellos materiales que pueden serle útiles, quedando así su producción determinada por el medio geográfico en el que vive. Por ello encontramos juguetería de barro, madera, trapo, fibras naturales, plomo, cartón, papel, dulce, vidrio, piedra, guajes y bules, cobre, hueso, cuerno, concha, vainilla y chicle.
La producción de juguetes populares se puede dividir en dos grandes vertientes:
1) Los que se elaboran durante todo el año, con fines simplemente lúdicos –sonajas, pelotas, silbatos–, y que muestran marcadas características regionales.
2) Los que tiene su origen en la conmemoración de una fiesta tradicional, ya sea religiosa o cívica, y se elaboran exclusivamente en esas fechas.
1. Cada estado o región del país abunda en producción juguetera, con características propias, pero destaca entre ellos la Ciudad de México, Guanajuato, Michoacán, el Estado de México, Oaxaca y Puebla.
En Aguascalientes se fabrican las famosas peleas de gallos montados en dos alambres que con un ingenioso mecanismo parecen pelear al ser manipulados; miniaturas de brujas de charamusca y muñecos rellenos de cacahuate.
En Bekal, Campeche, usan para elaborar bolsitas para niñas, alhajeros, palomitas, cochecitos, aviones y otras figuras, la fibra de jipi-japa, natural o teñida de colores.
En la Ciudad de México se hacen los títeres con cabeza y extremidades de barro y cuerpos de trapo que representan personajes populares, movidos por hilos; muñecas de trapo, soldaditos de plomo hechos con moldes antiguos; caballos de cartón con ruedas; rehiletes de papel lustre; papalotes de papel de China, y juguetes de tablero impresos en cartón, como la “lotería”, “serpientes y escaleras” y “la oca”, que se venden en los mercados.
En miniatura: puerquitos de nueces ahuecadas en las que se coloca una mosca viva para que al aletear haga mover orejas y cola del animal; pulgas vestidas con cuerpo y ropa de ixtle coloreado, colocadas en parejas en pequeñas cajitas; juegos de té; copitas de plata, plomo y latón; miniaturas de vidrio estirado, a manera de filigrana: cisnes, candelabros, caballos, grupos de mariachis, carruseles, candiles, etcétera.
Colima nos ofrece sus trompos y baleros tallados en madera, soldaditos, jaulas, máquinas de coser y rifles de plomo.
Chiapas nos provee de maromeros de madera hechos en Tuxtla Gutiérrez, llamados “chintetes”, igual que pequeñas cajas de madera que contienen dulces en forma de animalitos; juguetes de barro de color natural, con decorado de tierra roja –figuritas humanas y zoomorfas–, de Amatenango del Valle, y muñecas de trapo con la indumentaria tradicional tejida minuciosamente, en todas las comunidades de los Altos.
La etnia tarahumara en Chihuahua confecciona muñecas de trapo sin facciones, y otras con gorro y enaguas que ocultan su cuerpo, de olote de maíz. En Casas Grandes encontramos una de las cerámicas más finas del país, que muestra los diseños de los pueblos indios del norte de México y el sur de los Estados Unidos, y de la cual también hacen miniaturas. Desde niñas, las mujeres hacen con hojas de palma, sotol y espina de pino, pequeños juguetes: floreritos, guares o diminutos cestos, uno dentro del otro, hasta 10, el menor de 2 centímetros.
El Estado de México es uno de los más importantes centros jugueteros. En Lerma se elaboran los famosos “carranclanes”: figuras de jinetes revolucionarios tejidas en tule; en Ixtapan de la Sal, animalitos (principalmente ratones) de madera blanca; en Toluca, matracas, sillas, mesitas y trasteros en tejamanil, y pajaritos con péndulo de barro que al mecerse se inclinan a tomar agua; pequeñas figuras de vidrio, muñecas de trapo y figuras de pasta de alfeñique de azúcar; en San Antonio de la Isla, perinolas, baleros y trompos en maderas multicolores; Metepec, Valle de Bravo y Texcoco producen alcancías y trasteros de barro barnizados o vidriados. Metepec es el más importante de estos centros artesanales, con sus animales, árboles de la vida en miniatura, alcancías y figuras para los nacimientos, en barro de colores brillantes.
Es Guanajuato, otro de los grandes productores de juguetes populares. En la capital del estado se producen todos los trastes en pequeño de una cocina, lo mismo que en Dolores Hidalgo, Acámbaro, Celaya, Salamanca e Irapuato. Los trastecitos llamados “arrocitos”, no mayores de 5 milímetros, son típicos de Dolores Hidalgo, San Luis de la Paz, Celaya y San Miguel de Allende; de Silao, Celaya y Santa Cruz de Juventino Rosas, juguetes de barro, alambre enrollado y pelo de conejo, como tarántulas, calaveras, diablos o brujas, llamados “temblorosas”, que se mueven pendientes de un hilo; en Santa Cruz se fabrican también animalitos que mueven la cabeza y la cola mediante un gozne de alambre.
En Celaya encontramos peleas de gallos, o de boxeadores que parecen enfrentarse apretando un dispositivo; cajas con víboras que saltan para picar, y mueblecitos de madera; figuras de plomo y hojalata, como las mariposas sobre ruedas que mueven las alas al rodarlas, y juguetes de cartón con papel y engrudo: toritos y tortugas, charros, caballos y máscaras, y las famosas “gordas”, rígidas o articuladas, vestidas como cirqueras, con collares y aretes brillantes y su nombre escrito en purpurina sobre el pecho. En Silao se hacen juguetes con movimiento, como luchadores, serpientes que pican, tigres que saltan y caballitos que galopan provistos de sencillos mecanismos, en madera de copalillo; mientras Salamanca es conocida por sus títeres con cabeza y extremidades de barro y cuerpo de tela.
Con respecto a las miniaturas, las ciudades de Guanajuato y Salamanca se destacan como productoras, desde la época Colonial, de tipos populares de cera, y los que se usan en los nacimientos.
En Olinalá y Temalacacingo, Guerrero, elaboran animalitos, coches, pequeños aviones y mascaritas de tigre, con guajes y jícaras laqueadas, en miniatura; en Puente de Ixtla, frutas y animales labrados en corazón de saúco; en Tolimán, juguetes de barro color crema con decorados en rojo; en Chilapa, animales de madera labrada y pintada, sobre todo caimanes; frutitas y cigüeñas labradas en corazón de saúco, en Puente de Ixtla; jinetes y barcos de cáscara de coco y conchas, en Acapulco.
Ixmiquilpan y El Nith, en Hidalgo, se conocen por sus serpientes y flautas de carrizo, y sobre todo por sus finísimos y pequeños instrumentos musicales, cajitas y marcos para fotografías y espejos en madera incrustada con conchas de abulón adornadas de flores y pájaros.
En Jalisco se hacen juguetes de barro en todos sus grandes centros ceramistas: en Tonalá, animalitos (gatos, peces, palomas, tortugas, pájaros, tecolotes) con la técnica del bruñido bandera, decorados con flores y trastecitos vidriados; en Tlaquepaque, se producen muñecos y trastes de barro policromado así como las figuritas clásicas de los nacimientos, los famosos retratos-caricatura de los Panduro, charros a caballo, vendedoras del mercado, todos los “tipos” populares y escenas de fiestas. En Santa Cruz se hacen alcancías con la forma tradicional del cochinito y decoraciones de flores; “volantines” con figuras que se equilibran en un alambre y hacen contrapeso con dos bolitas de barro; animalitos con silbato llamados “dieciochitos” o “veinticuatros”; vendedoras, y juguetería fantástica pintada y barnizada al betus de Juliancito Acero y Candelario Medrano, con sus arcas de Noé en las que ondea la bandera mexicana, camiones rebosando pasajeros, y tastoanes con sus máscaras de extraño aspecto. En Santa María Acatlán encontramos las mulitas de palma o tule, cuyos huacales están llenos de pastillas de azúcar Teocaltiche produce figuritas de hueso calado y miniaturas torneadas en palo limón, y Sayula nos ofrece sus decorativas mulas de hoja de maíz. Guadalajara, miniaturas de vidrio soplado y estirado.
De Michoacán podemos mencionar los insólitos juguetes de barro, como silbatos o figuras de diablos y monstruos de Ocumicho; en San José de Gracia, las pequeñas “piñas” de cerámica vidriada en verde; mientras en Patamban y Tzintzuntzan, juguetes en forma de trastecitos, ollas, jarritos, etc., así como animalitos y figuras de tule y de paja de trigo o panicua. En Morelia se hacen muñecas de trapo; en Yurécuaro de hojas de maíz y en Zirahuén, vestidas con la indumentaria tradicional de esta región. De Paracho provienen guitarritas, sonajas y cajitas –llenas de pequeñas frutas hechas en azúcar de agua– de tejamanil; mientras en Santa Clara del Cobre encontramos trastecitos y cazos de cobre, y en Uruapan y Pátzcuaro, juguetes elaborados con jícaras y guajes, decorados con la técnica del maque.
En Tepoztlán, Morelos, con las espinas del árbol del pochote tallan pequeñas figuras: casitas y castillos, con elaborados paisajes, aprovechando la forma de la madera. Hacen también miniaturas de los famosos danzantes “Chinelos”, con su máscara barbada.
En otro de los grandes estados artesanales, Oaxaca, podemos admirar las tortuguitas de sonaja tipo prehispánico y otros animales de barro pintados al temple, que se producen en Jamiltepec; animalitos de barro rojo, trastecitos de barro verde; silbatos con forma de animales; ángeles-campanas, flautas, sirenas, tecolotes, y diversas figuras de barro negro bruñido y esgrafiado de San Bartolo Coyotepec; las muñecas “bordadas” creadas por Teodora Blanco, con aplicaciones de pastillaje, llenas de flores y animales fantásticos en su falda y entre sus brazos, en Atzompa y las escenas de la vida cotidiana: bodas, bautizos, velorios, etc., en barro policromado, de Ocotlán; las “Tangu Yuh” en Juchitán y Tehuantepec: muñequitas de barro hechas en molde y pintadas al temple con vivos colores sobre fondo blanco, que se regalan a las niñas el día primero de cada año. Arrasola y San Martín Tilcajete se conocen por su producción de animales de madera tallada y pintada con anilinas, y últimamente por sus figuras zoomorfas fantásticas, a la manera de los alebrijes de cartón.
Y llegamos a Puebla donde, en Amozoc y la ciudad capital, se elaboran alcancías en forma de frutas pintadas al aceite; pequeñas cocinas, salitas, corridas de toros, matrimonios, escenas campiranas, etc., con estructura de alambre recubiertas de barro y pintadas, así como nueces que contienen diferentes escenas populares en miniatura. En la ciudad de Puebla se elaboran también, en vidrio prensado o estirado, toda clase de pequeñas copas, vasos y animales. En Izúcar de Matamoros se realizan diversos juguetes de barro con figuras humanas o de animales, como caballitos y pequeños candelabros, y “árboles de la vida” pintados con colores acrílicos y barnizados.
El juguete popular típico de Querétaro son los pequeños muebles en madera calada y paja de trigo para las casas de muñecas, así como las sillitas de montar y los huarachitos de cuero.
Trastecitos de barro, mulitas de hoja de maíz y changos forrados con piel de conejo provistos de movimiento son los juguetes populares que se fabrican en San Luis Potosí. En Santa María del Río, canastitas policromadas en forma de animales, especialmente aves, hechas de ixtle o lechuguilla, y parejas de viejitos con huacal, en hoja de maíz o totomoxtle.
En Tenosique, Tabasco, encontramos figuritas de chicle “bota” en forma de animalitos y canastitas de frutas.
Se elaboran bellas escenas en miniatura de las faenas del campo, elaboradas con las espinas de madera del pino, en Tizatlán, Tlaxcala.
En el estado de Veracruz son conocidos los animalitos y muñecos en cerámica café claro con decoraciones café oscuro; candelabros con figuras zoomorfas, muñecas, toritos, caballos, escenas campiranas, conjuntos de piezas para nacimientos, con profundo sabor indígena, en Aguasuelos, Blanca Espuma, Tantoyuca y Huatusco; las “carracas” de cartón que producen un sonido imitando a las ranas, en Córdoba, y las figuritas que tejen con vainilla representando alacranes y canastas, en Papantla (suelen usarse para perfumar la ropa guardada en los armarios) Tantoyuca y Papantla producen también finas miniaturas de palma.
Yucatán se distingue por sus trompos chilladores, a los que llaman “churumbelas”, y también por sus juguetes de madera, como barquitos, lavaderos y chocolateras.
En Zacatecas se elaboran miniaturas con bagazo de caña.
Un juguete popular común en todo el país es el papalote (del náhuatl papalotl: (mariposa), que se hacía de papel y ahora suele ser de plástico, y que se usa especialmente en los meses ventosos.
2. En México se lleva a cabo a lo largo del año una serie de ciclos festivos, muchos de ellos de carácter religioso, otros marcados por una conmemoración cívica, para los que se elaboran temporalmente una serie de objetos especiales, algunos de los cuales podríamos considerar como juguetes.
Así vemos aparecer en plazas y mercados, en Semana Santa, máscaras, caballos y muñecas de cartón, matracas de tejamanil, y los famosos judas, que antiguamente se quemaban el Sábado de Gloria (lo que aún se hace en ciertos lugares como el barrio de la Merced, lugar de residencia de los más ilustres cartoneros de la capital), con figuras que originalmente eran de diablos, muertes o charros y que ahora recorren todo el repertorio de personajes célebres de actualidad, sobre todo políticos. Se elaboran principalmente en Guanajuato y la Ciudad de México, aunque por lo general ya sin su carga de pirotecnia.
Durante el siglo XIX, para celebrar el triunfo de las tropas mexicanas sobre el invasor francés, cada 5 de mayo se vestía a los niños de militares: zuavos o soldados mexicanos, con rifles de madera y caballos de este material o de pasta, con sus riendas y estribos, ya sea en forma de balancín o con ruedas. Los mejores provienen de Jalisco.
El Jueves de Corpus es todavía un espectáculo singular ver a los niños con su traje de “inditos” y su huacal en la espalda lleno de frutas y los puestos que se colocan especialmente en el atrio de la Catedral Metropolitana, vendiendo mulitas hechas de hojas de plátano y de maíz, coloreadas con anilinas, llamadas totomoxtle, con huacales a ambos lados del cuerpo, cargados de chabacanos y capulines, adornados con flores.
A partir de la Independencia se fabrican en México soldaditos de juguete, tanto de barro policromado como de madera y hasta de plata copela. El 16 de septiembre se venden cornetas y cascos de cartón con flecos de papel de China, espadas, machetes y fusiles de madera, e incluso soldaditos de plomo.
Para Todos Santos y los Días de Muertos, en especial en la capital de la república, algunos lugares de Guanajuato, Toluca y el Bajío, aparecen infinidad de productos artesanales: calaveritas de azúcar y chocolate hechas en molde y adornadas con papel lustre y diamantina, que llevan un nombre de persona en la frente; “animitas” de alfajor, de pinole y de pasta de pepita; “entierritos” de cartón con manivela que ven pasar un desfile de curas y sacristanes con cabeza de garbanzo, llevando el ataúd, del que a veces vemos incorporarse al muerto; calaveritas de barro que mueven los dientes; esqueletos de barro o cartón con diferentes atuendos; a veces incluso bodas; mariachis con su pareja de bailadores de jarabe, y representantes de cualquier oficio popular; animalitos o botas de “alfeñique, hecho con azúcar, principalmente en Toluca y San Miguel de Allende, que representan venados, gallinas con sus pollos, borreguitos y delicadas palomitas; altares de muerto en miniatura, en mesitas de madera cubiertas por manteles de papel picado y ofrendas de barro o dulce de pepita. En Oaxaca se hacen originales muertes de barro y alambre vestidas con papel de China.
Con motivo de la Navidad y las Posadas se elaboran las clásicas figuritas del nacimiento, en todos los materiales y tamaños imaginables, algunos en miniaturas bellísimas de hueso o marfil, pero que no podemos con toda propiedad considerar como juguetes, ya que son parte de un rito religioso y no de un juego.
Sin embargo, es para las Posadas que aparece uno de los más perdurables y espectaculares juguetes populares mexicanos: la piñata, que no está exenta de simbolismo religioso, pero que en la actualidad se utiliza completamente privada de él.
La piñata se dice que fue llevada a Italia por Marco Polo desde China, y a su vez los reyes de España, que lo eran también de Nápoles y las Dos Sicilias, la incorporaron a las fiestas de su Corte, de donde pasó a la Nueva España a partir de 1587, cuando el agustino fray Diego de Soria, en el convento de Acolman –autorizado por el Papa Sixto V–, comenzó a celebrar las nueve misas de “Aguinaldo” que se convertirían en las 9 posadas anteriores a la Navidad.
Consiste en una olla de barro revestida, formando diversas figuras con papel periódico y cartón forrado de papel de China y estaño, en llamativos colores, rellena de juguetitos, frutas y golosinas que caen al suelo y son disputados por la chiquillería cuando consiguen romperla armados de un palo y con los ojos vendados. En la actualidad se hacen con núcleo de cartón para evitar accidentes. La forma clásica es la de la estrella con siete picos o “Estrella de David”. Hay investigadores que afirman que los siete picos encarnan los pecados capitales.
Según el simbolismo de este juego, la piñata con sus atractivos colores representa el espíritu satánico o del mal, que atrae con sus engañosos atractivos a la humanidad; la colación que encierra, los placeres prometidos a quien caiga en la tentación; la persona que la golpea hasta destruirla personifica a la fe, que por ello es ciega, y destruye al espíritu maligno. En su conjunto, significa la lucha que el hombre debe sostener, armado con su fe, para destruir las tentaciones que pretenden hacerle perder su alma. Hoy la piñata es final obligado de todas las fiestas infantiles, ya completamente despojada de todo su antiguo simbolismo, y adopta variadas formas de personajes de cuentos infantiles, lo que la convierte en la pieza de juguetería mexicana mas universalmente difundida.