Pasta de Caña
Cristo dormido. Anónimo, Michoacán Pasta de caña, Col. AAMAP, A.C.Francisco Pérez de Salazar // Fotografía: Nicola Lorusso/MAP
Héctor Bautista Mejía
Las sociedades precortesianas del territorio mexicano dejaron estimables muestras de su cultura, principalmente en piedra; mas no sólo utilizaron materiales duros sino que echaron mano de materiales más raros y de menor consistencia y duración.
En el amplio panorama del arte mexicano hay una técnica prehispánica particular de escultura liviana, cuyos principales componentes en su manufactura son el maíz y el maguey (base de la cultura mesoamericana). Con la llegada de los españoles en el siglo XVI, esta técnica se adapta formalmente a la iconografía cristiana, con el añadido de elementos técnico-estéticos propios de la cultura española.
Como resultado de un breve análisis de la información obtenida por algunos cronistas del siglo XVI, se desprende que en la capital del Virreinato de la Nueva España se desarrollaron técnicas tradicionales de escultura ligera, paralelas a aquellas que se manifestaron en el reino de Michoacán y en América del Sur.
Era costumbre de los tarascos, como lo fue de los etíopes, de los egipcios y de otros pueblos antiguos, llevar a sus dioses consigo a la guerra, pues creían que de este modo, sus deidades quedarían complacidas y les prestarían una ayuda más eficaz para vencer al enemigo; pero cuando eran derrotados, no era raro que sus ídolos quedaran en poder de sus adversarios, pues por su mucho peso no era fácil cargarlos para alejarlos rápidamente del sitio de la lucha, donde pudieran evitar ser tomados por sus contrarios como trofeo de gloria para ellos, a la vez que de vergüenza para los vencidos.
Los sacerdotes, ante la necesidad de evitar pérdidas tan dolorosas en caso de un descalabro de sus huestes, buscaron la manera de reducir al mínimo las probabilidades de que sus dioses quedasen en el campo de batalla a merced de los enemigos, y lograron con el tiempo y repetidos experimentos a obtener una pasta tan ligera y poco densa, básicamente elaborada con caña de maíz, que una escultura del tamaño de un hombre apenas pesaba seis kilos y, por lo mismo, uno solo de los tinietchas (sacerdotes destinados a llevar los dioses a la guerra) podía fácilmente transportarla a cuestas o en sus brazos por largas distancias sin experimentar gran fatiga.
Esta técnica artesanal, única en el mundo, nació en Michoacán; así que fabricar esculturas de médula de caña de maíz para representar ídolos se considera una invención netamente tarasca. La materia prima se obtiene de mezclar con tazingue (engrudo natural) el polvo que resulta de moler corazones de caña .
Los misioneros evangelizadores no se ocuparon solamente del quehacer religioso –su primordial objetivo–, sino también de adiestrar a los indios en los oficios que cada vez se hacían más indispensables.
Con la cristianización, los indígenas no perdieron su habilidad artesanal; la misma caña de maíz que había servido a la idolatría, fue la materia con que se empezaron a elaborar santos y crucifijos.
No obstante, la preparación de la caña presenta misterios no resueltos en la actualidad. Algunos textos mencionan sólo la caña de maíz descortezada, y cuando mucho añaden “que la caña después de seca sirve para hacer imágenes de bulto, juntando unas con otras”, pero ¿cómo se lograba el secado y cómo se separaba el azúcar?
Las esculturas más reconocidas del estado de Michoacán son los cristos dormidos, llamados así porque tienen los ojos cerrados. la imaginaria en pasta de caña al servicio del cristianismo representa una de las primeras manifestaciones artísticas del arte mestizo
Otra incógnita consiste en saber si la caña era tratada con alguna sustancia para protegerla de la polilla, pues en las esculturas de madera, mientras las piezas antiguas se destruyen o pican, ésta se conserva intacta. En parte podemos suponer que el estuco las protege, pues la encarnación está en su base y, aunque es delgada, no tan fácilmente la traspasan los insectos; además, en el interior de algunos cristos se ha encontrado yeso y búcaro, tal vez para proteger al papel que soporta la caña.
Se ha supuesto que los indígenas incorporaron en la pasta colorantes extraídos de las muchas plantas que conocían, el Rustoxicum o la flor de tijerilla, ya que algunos pigmentos vegetales contienen sustancias tóxicas como el arsénico.
En el acabado, después de poner los colores se aplicaba el barniz que, al mismo tiempo que protegía la pieza, le proporcionaba brillo. No ha sido posible averiguar qué tipo de barniz era, pero dichas esculturas aún lo conservan; así como también conservan la dureza que éste le confiere a la delicada capa de la encarnación. Como la pintura no se ha ennegrecido con el paso del tiempo, como sucede con otros barnices, suponemos que es de la misma naturaleza y calidad que el empleado por los artesanos tarascos en las bateas de Quiroga, Peribán, Pátzcuaro y Uruapan, conocido como laca de Michoacán o maque.
Este trabajo es de tal calidad que sólo pensando en el aje se puede explicar la duración e inalterabilidad del colorido de las imágenes de caña, que se conservan en buen estado en casas, iglesias y museos, como verdaderos tesoros.