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Taracea: Reminiscencia mudéjar en la artesanía mexicana

Destapador. William Spratling, Taxco, Guerrero, Plata, Col.Lily Helene Gibara de Hermand // Fotografía: Nicola Lorusso/MAP

León R. Zaha

La palabra taracea proviene del término árabe tarsi, que en español significa “incrustar”, “embutir”, por lo general, en objetos de madera. Se trata de una técnica muy antigua, común a varias culturas, pero como dice Rafael López Guzmán, sin duda alcanza su punto culminante en el mundo musulmán medieval y de ahí pasa a Andalucía y luego a América.

Bernal Díaz del Castillo da testimonio de que entre los regalos que Hernán Cortés hizo al emperador Moctezuma había “una silla con entalladuras de taracea … luego Cortés ordenó que se enviase aquella silla en que se asiente el señor Moctezuma … para cuando le vaya a ver y hablar”. El Lienzo de Tlaxcala ilustra a Cortés sentado en esa silla taraceada, retrato indeleble del primer mueble mudéjar en México. Este estilo, como arte y diseño de origen islámico que llega a América desde Andalucía, sincretiza el mestizaje entre lo hispánico –de por sí producto de mestizajes remotos– y lo musulmán –que apenas disimula los propios–, para acabar mezclándose una vez más con el gusto mexicano.

Aunque en la técnica y los diseños que subsisten en México perdurará el sello andaluz-mudéjar, no tardaron en irrumpir influencias de la marquetería europea barroca, italiana y francesa, y del extremo Oriente, todo lo cual, como en otras expresiones de nuestra artesanía, en especial la talavera, se somete al gusto, colorido y sensibilidad indígenas. Bernardo de Balbuena, en su conocido poema Grandeza mexicana, no puede ser más elocuente: “La India marfil, la Arabia olores cría, seda el Japón, nácares la China, México, hermosura peregrina, en ti se junta España con la China, Italia con Japón”.

La receptividad de México a las técnicas y vistosos diseños mudéjares es innegable. Los dibujos de arabescos, geométricos y vegetales, rápidamente se incorporaron al repertorio del que se nutren nuestros artesanos hasta la fecha. El taraceador incrusta o aplica sobre muebles, cajas, arquillas o instrumentos de madera, laminillas de maderas preciosas o piezas diminutas de hueso, marfil, carey, plata o nácar, para formar sus diseños.

Durante la Colonia la taracea mexicana simplificó la lacería de arabescos y la enriqueció con siluetas de animales y aves que recuerdan a las de los códices prehispánicos; también empleó querubines y escudos de las familias que en car gaban estas obras. En general, predominó el enconchado y el embutido de hueso y nácar para formar diseños florales o ajedrezados. En la época barroca se alcanzó el mayor esplendor en esta técnica con la exquisita mezcla de nácar y plata sobre carey, con molduras de ébano y marfil.

Campeche fue un importante productor de carey. Curiosamente, esta misma modalidad florecía, a gran distancia, en el Imperio otomano.

A pesar de su naturaleza frágil, han sobrevivido varias muestras de taracea colonial; sin embargo, es difícil precisar su origen debido a que existía un intenso tráfico entre los diversos centros productores de la Corona española, que incluían a la Nueva España y a los actuales países de Perú, Guatemala y Filipinas.

Transcurrida la guerra de Independencia de México, la taracea tendió a generar estilos más localistas a la vez que se acentuaron las influencias europea y china.

Los diseños actuales sintetizan todas estas influencias, aunque también manifiestan un sello propio en su naturalismo y, desde luego, predominan las maderas de México, en ocasiones mezcladas con incrustaciones de hueso y nácar.

Hasta fechas recientes se elaboraba (o aún se elabora) la taracea en Santa María del Río, San Luis Potosí; en Guadalupe Zacatecas; Nauzontla, en la Sierra de Puebla; Jalostotitlán en Jalisco, Ixmiquilpan en Hidalgo; Chiapa de Corzo en Chiapas, y en Aguascalientes, donde se ha reintroducido esta técnica. Las piezas que normalmente trabajan los artífices son: cajas, arquillas, crucifijos y ornamentos para instrumentos musicales.

En el año 2000, el Museo Franz Mayer montó una exposición de obras taracea das que reunió muestras islámicas y mu déjares, sirias, egipcias, españolas y mexicanas. A modo de conclusión, podemos citar a Alberto Ruy Sánchez, quien al admirar el minucioso trabajo de estas obras de elaboradas incrustaciones y maravillosos diseños, exclamó: “el paraíso cabe en una caja”.