Celebraciones de los días de Muertos
Por Mónica Abedrop
“¿Conque he de irme, cual flores que fenecen? ¿Nada será mi nombre alguna vez? ¿Nada dejaré en pos de mí en la Tierra? ¡Al menos flores, al menos cantos!”Poesía Indígena
¿Sabías que… hay distintas maneras de festejar el Día de los Muertos?
Se escuchan doce campanadas. El día… 31 de Octubre de este, de otro, de cualquier año en muchos hogares y cementerios de México. Es el momento en que se da por iniciada la celebración místico religiosa del Día de los Muertos. Inmediatamente después, un ceremonioso sonido presagia la llegada de las almas de los niños que serán recibidos con sus ofrendas y se les rezará, hasta que a las doce del 1˚ de Noviembre repiqueteen de nuevo para despedirlos y anunciar la llegada de las ánimas de los adultos.
La mayoría de las casas ya tienen puestos sus altares con las ofrendas para la llegada de los muertos; flores blancas, un cirio pequeño, agua, sal, frutas, pan, tamales de dulce, chocolate o atole, juguetes, incienso o copal para los niños; flores amarillas de cempasúchil, velas, agua, sal, frutas, mole, tamales de chile, pan, pulque o vinos, dulces y petates para los adultos.
Los orígenes de esta festividad datan de la época prehispánica. La cosmovisión de los indígenas concebía a la muerte como una unidad lógica a la vida, la dualidad vida-muerte, causa y efecto una de otra; la muerte como germen de la vida Por ello, imágenes o piezas como calaveras o esqueletos eran representados como trofeos o adornos en muchas de sus manifestaciones artísticas.
Los indígenas festejaban un festival de la muerte, en el noveno mes del calendario solar mexicano, que iniciaba en Agosto y se celebraba durante todo el mes. Ese festival con el tiempo se convirtió en el Día de los Muertos.
Tras la conquista, la cosmovisión cambia con el cristianismo. Se impone la idea del terror a la muerte y al infierno, entonces se crea una mezcla entre el viejo mundo prehispánico y el nuevo mundo colonial. Así que, basados en las festividades indígenas, se empieza a celebrar el Día de los Fieles Difuntos al venerar restos de santos europeos o asiáticos que llegaban a México.
El tiempo y el espacio no han modificado el significado y la presencia de la muerte entre los mexicanos y su representación artística es cada vez más rica, diversa y a veces hasta divertida e irónica.
En la Ciudad de México se pueden ver pintados en los escaparates de las panaderías o de las dulcerías esqueletos y calaveras mofándose de acontecimientos de la vida diaria. “¡Delicioso pan de muerto!” gritan algunos, “¡Llévele a su novio su calaverita de azúcar con su nombre!” gritarán otros. Hasta en los periódicos se pueden leer calaveritas narrando sucesos de la vida diaria de algunos artistas, deportistas a veces hasta de políticos y se les ve ilustradas con caricaturas de Guadalupe Posada o de Manuel Manilla.
Por otro, en algunos poblados como Milpa Alta en México, Tehuantepec o Ixtepec en Oaxaca, Janitzio, Pátzcuaro o Tzintzuntzan en Michoacán, Chilacachapa en Guerrero por citar algunos, se puede todavía escuchar a un sabio hechicero contar “Los muertos nos rodean, como muchachitos, nos buscan, nos necesitan. Los muertitos también se mueren de frio, de hambre y sed y vienen caminando todo el día desde tan lejos. Por eso hay que prepararles el camino con fogatas, flores y cenas. No nos visitan más que una vez al año”.
Así es que mientras en los pueblos a los muertitos se les abriga, se les da de comer y beber, en la capital se les festeja, se les recrea y se grita “El muerto a la sepultura y ¡el vivo a la travesura!”. Y en ambos casos entendemos como el mexicano no se esconde de la muerte, sino que vive con ella y la transforma en algo familiar, en algo propio de su vida.
Siguen redoblando las campanas. Es ya la mañana del día 2 de Noviembre. Se siguen ofreciendo todo tipo de alimentos y se escuchan rezos. Los cementerios se vuelven casa de todos, de vivos, de muertos hasta las doce, cuando las campanadas anuncian la despedida de los muertos. Se arreglan entonces las tumbas con flores, copal o incienso y muchas velas y cirios para que toda la noche se siga festejando el triunfo del paso de esta vida a la otra; para seguir entendiendo que gracias a la muerte, nuestra vida tiene sentido.
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